Publicado el por en Salud y bienestar, Tendencias.

A través de Damaris Páez, médium oficial para Colombia entre canes y humanos de la organización Animanaturalis- la población en situación canina del país agradeció las «acciones emprendidas por los activistas en contra de la pólvora tan común en esta época».

No obstante, afirmó, a través de Trosky de Jesús, un criollo de 15 años, que asegura hablar en nombre de todos los perr@s de la nación, «que estaríamos mucho más agradecidos si dichos esfuerzos se concentrarán en el reguetón, música que nos nos produce un sufrimiento auditivo y metafísico diez veces mayor».

«Los perritos son seres que están varios escalones más arriba que nosotros en el ascenso hacia la luz perpetua y total. Por ello son cien veces más sensibles, a las ondas sonoras, pero también a la estética y a los asuntos de buen y mal gusto. Hay que pararles bolas», acotó, por su parte, Páez.

«Lo de la pólvora y el fuego tiene matices. Ya son varios siglos de convivencia y se ha dado una adaptación. Al punto que tenemos una minoría pirómana que tiene derechos y yo tengo que velar por ellos, entiéndame, póngase en mis almohadillas», acotó, a través de Páez, Trosky.

Añadió luego que la pólvora y los perros han coexistido desde hace más de veinte siglos, «y ahí vamos», pero que en el caso del ‘género urbano’, la cosa es dramática: «no son más de diez años y ya se ven efectos alarmantes en compañeros canes cuyos amos los han expuesto permanentemente a estos ‘sonidos’ y ponlo entre comillas. Ellos están padeciendo de trastornos bipolares, ansiedad y daño irreparable en sectores del cortex cerebral que permiten distinguir entre una perra cuadrúpeda y una bípeda. Esos videos que ahora se ven tanto en Internet de perritos intentando copular con humanos pueden ser divertidísimos pero la verdad es que ocultan un drama colosal que requiere atención y acción».

Por último, hizo un llamado para desterrar del lenguaje de una vez y para siempre el término ‘perreo’, «el cual nuestra población encuentra ofensivo en la medida en que nos estigmatiza como seres incapaces de lograr vivencias responsables, plenas, constructivas y, sobre todo, de buen gusto de nuestra sexualidad, que es algo maravilloso».

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