Publicado el por en Bogotá, Cultura, Tendencias.

Un muy mal rato pasaron esta mañana José y Ángela* luego de que por una desafortunada coincidencia, terminaran desnudos en el centro de Bogotá justo en el momento en el que miles de bogotanos posaron en la misma condición para el irreverente fotógrafo estadounidense Spencer Tunick.

La pareja fue víctima de los maleantes al salir de un bar en la avenida Primero de mayo. “Lo de siempre: agarramos un taxi en la calle, íbamos ya copetones y no nos fijamos ni en las placas ni nada. Y claro, el tipo desvió la ruta, nos metió por un callejón no sabemos dónde y ahí se subieron otros dos. Nos amenazaron, nos llevaron por los cajeros hasta desocupar las cuentas y al final nos botaron viringos justo en la plaza de Bolívar donde esta gente estaba en las mismas pero contentones”, afirma José.

“Uno de los atracadores hasta hizo el chiste de que agarrarámos cualquiera de esos jotos, que ahí teníamos para escoger”, complementa Ángela. “Lo que da más rabia es que todos nos vieron bajar del taxi, pero lo único que atinaron a decir fue ‘vea, estos llegaron listos’, alguien más hasta nos reprochó lo fanáticos”.

Sin que nadie se percatara de lo que acababa de ocurrirles, la pareja se acercó a un patrullero, presente en el lugar para ayudar con la producción de las fotografías. “Fuimos revictimizados. El policía parecía una tapia, solo repetía: ‘los caballeros nudistas me colaboran y hacen caso al megáfono’”, denuncia Ángela.

“Como no nos hizo caso fuimos donde uno de los jefes de logísitica, pero fue peor: él tampoco nos creyó. Nos dijo, eso sí, que si no obedecíamos no habría juguito y palito de queso, el refrigerio con el que estaban pagando. Y mucho menos el sobre de Pax Caliente, que era lo que le estaban dando a los que venían mocosos”, complementa José.

“Fue horrible, uno con la angustia de avisar que estábamos bien, sabiendo que nos estaban buscando y un idiota con un parlante pidiendo que hiciéramos unas monerías infames. Que nos quedáramos en silencio, que miráramos el Capitolio, que un saludo al sol. Yo aproveché para treparme en los hombros de uno alto de barba y mover los brazos en señal de auxilio, pero solo recibí aplausos y uno que otro comentario morboso Claro, en voz baja porque estaban prohibidos, fue una pesadilla”, afirma entre sollozos Ángela.

Tanta indolencia se tradujo en un malestar generalizado, consecuencia del frío propio de la madrugada bogotana. “Ahí de mala gana una de las de logística nos pasó al final unas batolas y así llegamos acá al hospital, donde luego comenzó a llegar más gente con pulmonía, pero dichosos de donarle un pulmón al arte”.

“Lo único bueno fue que al llegar a la casa, le dije a mi mujer que me las di de artista. Y me creyó y hasta se alegró porque ella siempre me insiste con que haga algo nuevo, que sea más irreverente porque yo ante ella me muestro como muy formal y tradicionalista”, concluyó José, que entre los nervios y el frío, terminó hablando de más.

*Nombres cambiados por petición de las víctimas.

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