Publicado el por en Bogotá, Tendencias.

Juana Maldonado-Oberhaff* es la protagonista de esta peculiar historia. Ella decidió compartir en exclusiva su testimonio a este portal.

«Uno jura que es autónomo, que todo lo que uno hace en la vida es porque uno quiere y ya, pero qué va. Estudié en kínder y colegio bilingüe. Luego de un año en París me vine para Bogotá, y entré a Artes Plásticas en Los Andes. Me gradué y conseguí varios trabajos, que en la Dirección de Artes del Ministerio, que en la Secretaría de Cultura», cuenta, al indagársele por sus orígenes.

«Luego, cuando todas mis amigas regresaron de Brooklyn, Berlín y Barcelona fui viendo cómo todas, poco a poco, sentaban cabeza y comenzaban, una tras otra, a abrir su panadería de autor. Algo que yo desde muy pequeña tuve claro que no haría. Tenía la idea de abrir un centro cultural, algo de arte en el centro. Allá hay muchos edificios abandonados baratos que serían perfectos para hacer conciertos, presentar cine. En fin», declara visiblemente compungida.

«Ahora es de lo único que hablan. Bueno, algunas abrieron locales de smoothies saludables y jugos de frutas del trópico que bajan el colesterol, pero ellas siempre fueron diferentes. La cosa es que ahora, en cada reunión social, en vez de hablar de pañales, de cremas para la pañalitis, de películas de autor o de los discos de The Tallest Man on Earth, hablan de la receta de pan au chocolat que más se parece a la de esa panadería chiquitita cerca a Montmartre que es una cuquera; que los brownies con whey protein; que cómo se deconstruye un plato de huevos Benedictine. Y bueno, acá estoy, detrás de este mostrador, con las manos ajadas y los pulmones llenos de harina de arroz integral».

La panadería de Juana, La Casita de los Amasijos de Juana, lleva ya tres meses en Chapinero. Sus productos más exitosos son los sánduches vegetarianos en bagelkale, láminas de tofu en emulsión de limón amarillo y dos rodajas de tomate cherry-, torta de chocolate sin harina y bebidas de semilla de chía hechas en casa, entre otros productos con nombre en inglés que la redacción de AP no supo descifrar.

«Esas bebidas son una farsa», continúa Juana, «son agua de la llave con semillas de chía y romero. Y pues no tiene nada de especial, esas semillas ya se consiguen en los puestos ambulantes de Galerías. Son saludables pero no son exclusivas. Como todo en mi vida: una farsa. Pero yo llego a mi casa y como mogolla chicharrona. No aguanto una receta más hecha con wheatgrass… ¡Eso no sabe a nada! Lo bueno es que por cualquier pedazo de masa puede cobrar 10 mil pesos… a ver si ahorro y me voy de este chuzo. ¿Te cuento algo pero que quede entre nos? La última vez que me comí un roscón con Colombiana tuve un pequeño orgasmo, fue una experiencia que me hizo salirme de mi propio cuerpo. Algo como lo que me pasó en Burning Man, ¿sabes qué es? No, claro, es que todavía no es tan mainstream, pero no le doy más de año y medio para que medios como el tuyo sepan».

Por momentos, a manera de venganza con la vida, Juana le pone gluten a productos que promociona como libres de él. Su vida es opaca y a diario mastica la amargura propia de quien toma el camino impuesto por la falsa sociedad y no aquel que su yo interior le señala recorrer.

*Nombre cambiado a petición de la protagonista.

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